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ÁNGEL PANTOJA

SERIE BASURA

SERIE BASURA

Por Raúl Villalba

El trabajo de Ángel Pantoja habla de nosotros mismos, nos habla de frente y a la cara, del individualismo, del “yo” y del “Nosotros”, del la sociedad actual en la que habitamos, convivimos o mejor dicho “coexistimos”.

Su discurso artístico nace de la contemporaneidad tanto en lo técnico, valiéndose de la fotografía, de la composición y el collage digital; como en lo discursivo, tomando elementos del lenguaje cinematográfico y también del publicitario, para crear imágenes distópicas cargadas de simbolismo,
ironía y humor, con las que el artista trata de mostrarnos la realidad de su tiempo. Pantoja entiende el arte como un lenguaje, a través del cual el artista narra experiencias de su tiempo, de la contemporaneidad, plasmando de algún modo sus miedos y angustias, sus anhelos. Para Pantoja el arte es un medio que debe hablar del los problemas y cuestiones del mundo real, concienciar o de algún modo movilizar al espectador. El arte, mas allá del mero deleite estético, debe servir para hacer del mundo un lugar mejor.

Los paisajes distópicos de Ángel Pantoja son una suerte de pictorícismo digital, en los que se mezclan un lenguaje clásico, de aire casi barroco en su monumentalidad y riqueza de “ornamentos”; romántico en su atmósfera melancólica, simbolista en su lectura e interpretación y contemporáneos en su forma de componer historias anónimas que se entrelazan, se complican o se silencian como si de una gran ópera wagneriana o una película se tratase.

Estos paisajes se crean a partir de una cuidada acumulación de objetos modernos convertidos en basura. Una re-interpretación de nuestra naturaleza, la naturaleza humana, desnaturalizada y deshumanizada en la que el objeto se convierte primero en deseo, luego en necesidad y por último en desecho. Este es el ciclo económico que rige nuestras vidas. Pantoja crea algo más que un paisaje, es de algún modo un retrato de nuestra sociedad, del consumismo feroz y del individualismo atroz, de la cultura del usar y tirar donde objetos como el robot de cocina (Thermomix), el ordenador o la lavadora se convierten en un símbolo, una alegoría de la clase media. Estos objetos representan un anhelo y una necesidad impuesta por el sistema para alcanzar un nuevo estatus social.

Podríamos decir que, de un tiempo a esta parte, hemos adoptado la obsolescencia como moda, el cambio por el cambio, la necesidad de lo nuevo, lo último, lo “trending” como la definición del individuo, el consumo como el acicate de la evolución, del crecimiento personal. Asumimos la reducción del consumo como una crisis, una pérdida de poder, de estatus e incluso de libertad. La cultura del usar y tirar como la esencia misma del individualismo desmedido, es esta una huida desesperada para evitar la mediocridad. El pánico a la pobreza material, nos lleva a la pobreza espiritual, a la alienación mental. De algún modo pone al individuo frente al vacío, al abismo del que nos habla la pintura romántica.

En sus paisajes urbanos, Pantoja toma arquitecturas y elementos icónicos de la modernidad como pueden ser el ATOMIUM de Bruselas como un símbolo de la ingeniería y la ciencia, o la TATE Mordern de Londres, como catedral del arte y la cultura contemporánea. Edificios que son transformados, devorados por el exceso consumista y la falta de conciencia de nuestra sociedad actual, en la que se nos presenta un paisaje desolador, que refleja la decadencia y la deriva de la sociedad actual. Son piezas que inundan el espacio en el que habitan de una atmósfera de desolación, de silencio y putrefacción, pero a la vez son obras llenas de vida, en las que se presentan múltiples historias paralelas e individualizadas, de personajes alienados, encerrados en sí mismos, aislados, pero a la vez cómodos en el entorno en el que habitan.

Es recurrente en la obra de Pantoja la mirada a obras clásicas de la historia del arte, como es el caso de La isla de los muertos 2023, una reinterpretación de una conocida obra de Arnold Böcklin (pintor simbolista del siglo XIX), en la que Pantoja transforma la escena original en una isla de la basura, un inframundo contemporáneo creado por la modernidad y el desarrollo; al que tratan de aferrarse dos almas del tercer mundo, tras una odisea en lancha neumática al paraíso de las oportunidades y el exceso. O el caso de la obra Mar de escombros 2019 como una versión contemporanea del Mar de hielo (1824) del artista romántico Fiedrich.

La serie Hojarasca plasma un paisaje devastado, deshumanizado, en el que la presencia humana se limita a restos de una civilización extinguida de la que solo queda la presencia de ciertos objetos, casi fosilizados como son las pelotas de golf, cámaras de vigilancia o robots de cocina, en las que los pájaros anidan y habitan. Es el resurgir de una nueva era y el triunfo de la la naturaleza, la esperanza en un mundo nuevo.

Las obras de Pantoja nos trasladan de algún modo a sensaciones propias del romanticismo y a esa sensación de vulnerabilidad del hombre/ espectador frente a una muerte anunciada e inevitable, en este caso provocada por el exceso y la deriva humana. Pero no es la obra de Pantoja una obra aterradora o monstruosa, si no que al igual que ocurre en el día a día nuestra sociedad, la dramática y atroz situación que nos plantea Pantoja se edulcora y filtra a través de un claro contenido estético, cargado de ironía y humor, y que refleja de alguna manera la belleza de lo decadente, de la ruina o la miseria humana, transmitiendo una sensación de silencio, de pausa, como la calma que sucede a la tormenta… La obra de Pantoja es sobre todo, y frente a ese desaliento existencial, un grito desesperado por el planeta, por la naturaleza, por la humanidad… una llamada de atención a la conciencia humana.