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ÁNGEL PANTOJA

SERIE BUSTOS

BUSTOS CON BUSTOS

Por Javier Sáez

Retomar la iconografía clásica de los bustos griegos y romanos con una nueva lectura donde el género queda desplazado y difuminado parece una falta de respeto a la antigüedad y a ese porte serio, marmóreo y distinguido que transmitían los bustos de los emperadores, filósofos y gobernadores, todos ellos, por cierto, hombres.

También se podría pensar que estas obras son una parodia o una ridiculización de la realidad trans, una aplicación anacrónica al pasado de vidas y cuerpos que hoy en día son mucho más visibles, cuerpos transgénero que reivindican su derecho a existir con dignidad, y que denuncian la violencia transfóbica. Por supuesto, no se trata de eso.

No hay ninguna burla o parodia de lo trans en estos “bustos con bustos”. Lo que nos desvela este trabajo artístico de Ángel Pantoja, en mi opinión, es precisamente el fin del binarismo de género, la disolución definitiva de ese rígido marco de referencia para los sexos que ha sido la división binaria, el pensar que las vidas, los cuerpos y las sexualidades se dividen en dos. Esa policía del género que nos vigila desde sus dispositivos disciplinantes (la cultura, las ciencias sociales, la educación, el mercado, la familia, la Iglesia, el Estado, etc.) impone su ley y su castigo a quienes se deslizan de un género a otro, a quienes no entran en esos cánones, que, como los de la escultura clásica, nos dividen en dos. Clásica, clásico, es una palabra que viene del latín, y que significa “la armada”. El carácter militar de un código estético se revela en su propia etimología. Pero una estética es también un control que ejerce el sistema de género, un control violento y cruel, como muy bien saben los niños mariquitas y las niñas chicazos que son insultadas y acosadas cada día en los colegios de todo el mundo.

Lo que muestra aquí Ángel Pantoja, con estas hermosísimas e inquietantes obras, es precisamente una insumisión al poder de la armada del género, a su división férrea entre hombres y mujeres. Con una delicada cirugía de mármol queer se relee el código de la escultura clásica. Algo tan aparentemente duro y rígido como el mármol va a ser cincelado por la mirada y la mano de Pantoja, y de pronto la piedra se nos muestra precisamente en su plasticidad, en su maleabilidad, en su delicada vulnerabilidad, la misma que nunca quieren mostrar los hombres.

De hecho este trabajo artístico de Ángel es para mí también una metáfora de la masculinidad.
La metamorfosis que él opera en las esculturas muestra hábilmente que toda esa parafernalia de seriedad, solemnidad y firmeza con que se configura la masculinidad de los hombres, no es nada más que un teatro. Basta una sencilla operación, una cirugía estética, para mostrar la fragilidad de lo masculino, y para disolver este género.

En estos bustos vemos una cirugía de la estética, se nos muestra que la estética es un código variable, abierto, flexible, como lo es el género. Es algo que ya nos enseñaron las maricas plumeras hace mucho tiempo: el juego de la pluma es una liberación de las marcas del género, del estrecho corsé de la masculinidad. Pero ya no hay locas. Las hemos enterrado bajo ese manto de la “respetabilidad gay” que recorta nuestra pluma, impulsado por sectores de los gays de derechas y de los gays machirulos, que son incapaces de ser solidarios con otras causas más allá de la defensa de su propiedad privada. Contra esa oleada de neo-heterosexualidad y de buenas formas, es reconfortante observar a estos señores agitar sus plumas, sus tetas y sus pelucones desde el pedestal de una masculinidad destronada.

En contra de lo que se suele pensar, el término “género” no surgió en el ámbito del activismo feminista, que lo popularizó en los años 60 y 70, sino del entorno de la medicina. En concreto fue el médico neozelandés John Money quien acuña el término “género” (gender) en los años 50 cuando comienza a operar (mutilar) a bebés intersexuales, argumentando que los órganos genitales son manipulables quirúrgicamente y que por tanto el género tiene una gran plasticidad. Esta violencia binaria que inaugura Money, quien domestica los cuerpos ambiguos para que no lo sean, y los opera para que sean hombre o mujer de forma definitiva y clara, se ve invertida en el trabajo de Ángel Pantoja: aquí se trata de dar ambigüedad a unos cuerpos que no la tenían.

Curiosamente encontramos la misma etimología en la palabra escultura y en la palabra escalpelo (skel-, en indoeuropeo, cortar). Del escalpelo mutilador de Money, que cortaba esos clítoris “demasiado grandes” de lxs bebés intersexuales para convertirlxs en mujeres “como dios manda”, pasamos a la escultura liberadora de Pantoja, que nos muestra el fin de los géneros binarios, la fluidez encantadora de los cuerpos y las identidades humanas, un mármol líquido donde todo es posible.